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DE MADRID Y DEL GRIFO

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LA RED DE ALCANTARILLADO DE MADRID: HISTORIA Y EVOLUCIÓN

La ausencia de un sistema efectivo para evacuar aguas residuales supuso un problema de gran magnitud para la capital hasta que empezó a abordarse gracias al empeño de Carlos III y a los posteriores proyectos de Canal de Isabel II; en la actualidad, los conductos de saneamiento de la urbe suman más de 5.000 kilómetros de longitud


El sistema de alcantarillado de la capital es unitario: recoge tanto aguas residuales como de lluvia

Hace no tantos siglos, abrir la ventana y arrojar una palangana con las deposiciones propias directamente a la calle se veía como lo más normal del mundo. Únicamente se tenía la deferencia de alertar a los paseantes al grito de «¡agua va!». La higiene y limpieza de las calles brillaban por su ausencia, y las ciudades vivían encadenando epidemias e infecciones fruto de la escasa salubridad con la que convivían. 

Madrid no era ninguna excepción a la norma, más bien al contrario. Desde que se convirtió en capital de la Corte en 1561, la higiene de la urbe constituía uno de los principales frentes abiertos para las administraciones, que tenían que lidiar con una población cada vez más numerosa y, en consecuencia, más contaminante. La ausencia de una red de alcantarillado para evacuar las aguas residuales y de lluvia suponía un problema de gran magnitud.

A Teodoro Ardemans, por encargo del rey Felipe V, le debemos una primera aproximación para atajar el asunto en 1717. Pero su propuesta de construir letrinas en las viviendas y pozos sépticos de aguas negras se quedó en eso: una proposición que no llegó a ponerse en práctica. Las ideas de Ardemans, no obstante, sí sentaron las bases de los estudios posteriores de alcantarillado, como el que acometió poco después José Alonso de Arce, que planteó dotar a Madrid de un sistema integrado para evacuar a las afueras de la villa y al río Manzanares las aguas mayores y menores procedentes de las casas y las calles. Su innovadora iniciativa, sin embargo, también quedó en el limbo por algunos contratiempos inesperados.

La llegada al trono de Carlos III en 1759 trajo consigo los primeros avances significativos en cuanto a la limpieza integral de la urbe. El nuevo monarca quería emprender mejoras tanto en el ornato como en las condiciones higiénicas de Madrid, y para su consecución se apoyó en el reconocido arquitecto Francisco Sabatini. 

Las actuaciones del italiano incluían tanto el empedrado de las calles como la instalación de canalones, letrinas, pozos negros y alcantarillas.
Del mismo modo, se prohibió arrojar desperdicios e inmundicias por las ventanas, lo que puso fin a la tradición del «¡agua va!», que durante tanto tiempo había imperado entre los vecinos.

Aunque con estas medidas se aceleró el proceso de construcción de alcantarillas, la limpieza de pozos negros seguía entrañando un gasto desmesurado y, en todo caso, la incipiente red de saneamiento se estaba ejecutando de manera anárquica, sin orden ni concierto. Así, en 1850, el Ayuntamiento de Madrid contaba con una red de alcantarillado con numerosas deficiencias técnicas y cuyo funcionamiento no era eficaz.

Canal entra en escena

A mediados del siglo XIX, la ciudad de Madrid debía enfrentarse a otro desafío: el abastecimiento de agua. Para José Morer, el ingeniero de Canal de Isabel II que se estaba encargando de proyectar la red de distribución de agua, existía una «íntima relación» entre este sistema de distribución del agua de consumo y el de alcantarillado. «Resulta imposible la completa conclusión del primero sin que se haya terminado el segundo», llegó a esgrimir en su anteproyecto de distribución. 

Lucio del Valle, entonces director de las obras del Canal, era de la misma opinión: «Inútil es haber llevado a todas las casas un caudal de agua suficiente (…) si después de ensuciadas (…) por el uso no tienen una fácil y pronta salida, no solo de las casas, sino también de la población».

En esta tesitura, el Gobierno traspasó a Canal en 1855 las competencias de construcción de las nuevas alcantarillas, en detrimento del Ayuntamiento de Madrid. Sería el propio José Morer el responsable del proyecto. Según su visión, la nueva red debía cumplir tres consideraciones fundamentales para ser eficiente: debía tener gran pendiente, debía estar separada de la red de abastecimiento de agua potable y debía evacuar conjuntamente tanto las aguas residuales como las de lluvia (lo que se conoce como sistema británico o unitario).

Canal inició los trabajos del nuevo alcantarillado a mitades de 1856. La empresa optó por situar las galerías entre los 6 y los 17 metros de profundidad. En cualquier caso, por debajo de las tuberías de agua potable, que discurrían entre un metro y un metro y medio por debajo de la calzada. 

El impulso inicial a las obras fue notable. En 1865, incluyendo las realizadas por la municipalidad, Madrid contaba con más de 90 kilómetros de alcantarillado en funcionamiento, aunque no siempre en buen estado: los atascos en la red eran bastante frecuentes, no tanto por problemas estructurales de las galerías sino por la mala praxis de los ciudadanos. Tanto fue así que en el reglamento de 1868 de construcción y conservación de las alcantarillas se recogía explícitamente la prohibición de arrojar trapos, espartos, tierras, huesos, animales muertos y cualquier cuerpo sólido que pudiera obstruir las conducciones. 

Un mallado de 5.000 kilómetros

Sea como fuere, la construcción de esa primera red de saneamiento moderno constituyó uno de los principales hitos técnicos e higiénicos de la historia de Madrid. Desde entonces, ese mallado de galerías que empezó a ramificarse desde el centro de la capital ha ido creciendo a la par que la propia ciudad, hoy convertida en una de las principales metrópolis europeas por tamaño y población. 

A comienzos de la Guerra Civil, la red de alcantarillado de Madrid tenía una longitud de casi 500 kilómetros. En la actualidad, los conductos de saneamiento de la urbe suman más de 5.000 kilómetros (en línea recta, podrían cruzar el océano Atlántico). En este tejido de conducciones subterráneas encontramos tanto pequeños tubos de 30 centímetros de diámetro como enormes colectores de hasta 7 metros de altura realizados con tuneladoras.

Cada año, por la red de alcantarillado de la capital circulan unos 250 hectómetros cúbicos de aguas residuales y de lluvia, magnitud que obliga al sistema de saneamiento a contar con otras instalaciones complementarias como los tanques de tormentas: hay 36 en la ciudad, entre ellos, los dos más grandes del mundo. A ello hay que añadir unos 110.000 imbornales y otros 125.000 pozos de registro

En Canal de Isabel II tenemos encomendada desde 2005 la gestión y el mantenimiento de toda la red de alcantarillado municipal, cuyo titular es el Ayuntamiento de Madrid. Si bien con nuevas técnicas de vigilancia y construcción, seguimos dedicando esfuerzo y recursos para, como hace siglo y medio, poder disponer de unas infraestructuras eficientes que aseguren el adecuado transporte de las aguas negras por las entrañas de la ciudad hasta las plantas de depuración.

 



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