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DE MADRID Y DEL GRIFO
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CÓMO AFECTAN LAS LLUVIAS AL NIVEL DE LOS EMBALSES
Para que las precipitaciones se traduzcan en una subida sustancial del nivel de las reservas, importa tanto cuánto llueve como cuándo y dónde lo hace
Cómo evoluciona el estado de los embalses no es una ciencia exacta. Empecemos desmitificando una creencia popular bastante extendida: no existe una relación proporcional entre la cantidad de lluvia que recogen los pluviómetros y cuánto sube el nivel de los embalses. Depende de cómo, dónde y cuándo llueva, determinadas precipitaciones pueden tener poco o ningún impacto en las reservas de agua.
Si por ejemplo llega una gran tromba de agua después de un periodo muy seco y cálido, lo más probable es que no aumente el volumen de los embalses de manera significativa. Así sucede después del verano, donde la sequedad acumulada en el terreno es un gran condicionante. En este contexto, chubascos puntuales de carácter tormentoso no supondrán una subida sustancial de las reservas. Dicho de otro modo: «No ayudan tanto las lluvias torrenciales como muchos días seguidos de lluvia fina, que empapa el terreno», apunta Miguel Ángel Sánchez Varela, jefe del Área de Programación de Canal.
«La distribución temporal de la lluvia a lo largo del año es muy importante», explica nuestro técnico. Tomando como referencia el año hidrológico, que comienza cada 1 de octubre, «lo ideal es que el régimen de precipitaciones adopte la forma de campana de Gauss, y que el periodo más lluvioso sea entre diciembre y mayo», argumenta.
Hay casos concretos que evidencian a la perfección la ausencia de correlación exacta entre lluvias y aportaciones de agua a los ríos. El año hidrológico 22/23, por ejemplo, se desvió notablemente de la distribución ideal de las lluvias en la Comunidad de Madrid. Por eso, pese a que se recogieron 622,8 litros por metro cuadrado, un 1,2 % más que el valor medio histórico, las aportaciones a las reservas se alejaron bastante de lo esperable: los embalses recibieron en ese periodo un 43,6 % menos de agua de lo que hubiera sido habitual. Aunque el acumulado de precipitaciones superó la media, no cayó prácticamente una gota en febrero, marzo y abril (meses propicios para incrementar el volumen de los embalses), un hecho que sirve para explicar en cierto modo esta aparente incongruencia.
Aparte de cuánto, cuándo y cómo, no hay que olvidar el dónde: de esta forma, si llueve en Madrid capital pero no lo hace en la sierra, donde se encuentran las presas, esas precipitaciones no repercutirán directamente en la cantidad de agua que almacenan los embalses de la región. No obstante, la lluvia en la capital sí tiene un efecto colateral positivo: reduce el consumo de agua, lo que, en última instancia, también contribuye a mantener las reservas. Sin ir más lejos, durante la DANA de septiembre de 2023, el consumo de agua bajó un 21 % con respecto al registrado un año antes (sin lluvias).
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